Hic, haec, hoc

Cuando escuché aquella canción me dio igual lo que me pasara en ese momento. De repente todo se convirtió en secundario. Me podría pasar cualquier cosa que me sería indiferente. Mientras no me quedase sorda todo me sobraba.

Aquella canción me sugirió el Olimpo, el "luminoso", las mansiones de cristal en las que habitan los dioses, aquella canción me llevó con Apolo, dios de la música, dios guerrero capaz de enviar desde lejos una muerte dulce y rápida. Oré, "¡oh Apolo! Te suplico que seas propicio a la paz, la larga vida y la salud de toda esta familia, y que seas igualmente propicio a la paz de mi hijo".

Entorné los ojos. Después apreté los párpados. Noté como se me abría un poco la boca. Casi podía sentir a Céfiro fustigar mi pelo mientras, como algún día hizo con Psiqué, me llevaba a la cueva de Eros.

Pero bruscamente esa sensación desapareció. Se fue igual que se va la ilusión cuando se cambia la hora al inicio del invierno. Aparecí súbitamente en otro sitio. Era totalmente opuesto al anteriormente descrito, ni mejor ni peor. Diferente. Céfiro seguía allí (me encanta que Céfiro me acompañe) pero no estaba solo.

En ese momento, justo en ese momento, abracé la abstracción. Se concentró el pensamiento, un pensamiento absolutamente nuevo, una cavilación desconocida hasta hoy y me acerqué al mundo de los sentidos. Los sentidos se derramaban. Escandalosamente. Aquella canción me sacó del Olimpo y me llevó a un sitio completamente nuevo. Aquello me gustó.

¿Se merece un post una canción? Me da igual la respuesta. Tenía que escribirlo.