El Principado que alberga Vetusta se divide en dos: gris y verde. Ambos se extienden urbi et orbi, pero yo los conocí allí. En Vetusta. Sin saber que estaba en ella, sin saber que frisaba sus alcobas; entendiéndolo ahora, casi 22 años después.
Yo palpitaba en el verde. Las extensiones eran tan vastas como el mismo Olimpo; no lo afirmo, pero casi mayores.
Crecían (crecíamos) a lo largo y a lo alto; rectos, curvados y en cuesta; en el olor, la vista y el tacto; en el sentido común, la fantasía, la imaginación, el juicio y la memoria; en la galimatía y en el verbo... pero en verde. Siempre en verde. Siempre la Vetusta verde.
Igual que a doña Ana, al tiempo me llevaron a gris. A la Vetusta gris. Pero aquellos eran otros tiempos y, como decía el Rey Lear, "allá done el mal inexorable habita el leve no se siente". Por entonces yo era una pobre Tom de Bedlam que no pensaba en esto. Que no me daba cuenta de que me habían arrancado el verde. Que no lo entendería hasta diez años después y por puro accidente (o no).
La Vetusta gris es la que más se extiende por el globo. No tiene mayor descripción. Es eso, gris; es ese sitio en el que desarrollamos la mayor parte de nuestras vidas. Allí no llegan el olor a mar ni las gotas de lluvia. Tampoco el impactante azul con el que el Ñuberu nos obsequia de tanto en tanto. Algunos dirán que sí llegan. Bien. Yo digo que no. Son meras imágenes vistas con cristales distorsionados. Eso es lo que llega a la Vetusta gris.
Y ¿por qué ahora? ¿Cómo una simple bocanada de aire, la mera visión de una de esas imágenes de la Vetusta verde vista con un cristal distorsionado (que en este caso, aunque distorsionado, lo estaba muy muy poquito) y el empedrado de una calle portuguesa que me ha empezado a escaldar escandalosamente y de repente bajo los pies han podido hacer que comprenda esto, después de tanto tiempo? En tan solo un segundo. Un impactante y emocionante segundo que ha durado sólo eso: un segundo. Dando todo esto por perdido, no habiendo pensado nunca en la vida en ello.
Estos "¡eureka!" me aterran. Me hacen comprender que en mi cabeza hay algo raro, cualquier cosa puesta en un sitio en el que no debería de estar o algo así y que por eso no funciona como una cabeza normal. En cualquier caso, hoy, por fin, he encontrado mi Vetusta. Ya tengo donde escribir.
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